Repensar la educación desde la historia de Pilar y Rafael
Pilar tiene once años y cursa el sexto grado de la Escuela Mariano Moreno. Vive en la localidad de Colastiné, Santa Fe y todas las tardes, después del almuerzo, se encuentra con Rafael, de 59 años, a quien ella enseña a leer y a escribir. Una historia curiosa y emotiva que circuló en diversos medios de comunicación a lo largo de la semana pasada, pero que, además de sensibilizar, nos sirve como puntapié para revisar algunas concepciones en torno a la educación tradicional y cómo muchas de ellas se desdibujan en torno a la historia de estos dos personajes.
Pilar y Rafael son vecinos del barrio y se conocen desde siempre, pero hace apenas un tiempo la niña empezó a hacer las veces de docente con el objetivo de alfabetizar a Rafael. La iniciativa surgió de ella, cuando él le pidió que le leyera el prospecto de un remedio para caballos, cuenta Pilar en una entrevista con Telefé Noticias. Es curioso el modo en el que la niña pudo reconocer rápidamente las necesidades de su vecino, y cómo tomo la decisión de ser ella quien lo ayudaría a aprender a leer y a escribir. Los métodos utilizados por Pilar y la naturaleza de su relación con Rafael, más tienen que ver con corrientes de aprendizaje dialógico que con la escuela tradicional a la que ella asiste. Más se acercan a la Educación Liberadora que planteaba Paolo Freire, que a los modelos de enseñanza que se continúan hasta la actualidad en muchas instituciones educativas.
Freire afirmaba que la razón de ser de la educación liberadora radicaba en su impulso conciliador. La educación debía comenzar por la superación de la contradicción educador-educando, porque ambos debían hacerse y construirse simultáneamente. También, el pensador afirmaba que “nadie ignora todo, ni nadie sabe todo”, algo que aplica a esta historia, donde Pilar, quien sabe leer y escribir desde pequeña, aprende a enseñar mientras le enseña a Rafael y a su vez, aprende cosas de él. Por su parte, Rafael, quien dice que "no sabe nada" sí que sabe, aunque no tenga conciencia de ello. Sabe tocar el acordeón, sabe tocar chamamés y seguramente acumula un compendio de conocimientos producto de los años, las experiencias, y de aprendizajes no tradicionales, y ahora, aprende a leer y a escribir gracias a Pilar.
El hombre destaca que con solo once años, Pilar supo reconocer y comprender su necesidad de aprender, sin caer en los prejuicios y la discriminación de muchos adultos. Ambos se sientan juntos por las tardes, como iguales, a aprender uno del otro, a construir un conocimiento en conjunto, dialógico, compartido, horizontal. Porque de eso se trata esta historia, esa es su novedad: poder descubrir a través de los ojos de sus protagonistas que todos aprendemos distinto. Que existen distintos modos de enseñanza, distintos tipos de conocimientos, que no solo se puede aprender en el ambiente académico, que los niños también tienen cosas para enseñar.
Si Pilar y Rafael pudieron comprenderlo, ¿no será momento de revisar los modos en los que todos enseñamos y aprendemos? ¿No es válido empezar revalorizar los oficios y los saberes no tradicionales, además de los conocimientos académicos y enciclopédicos? ¿No será mejor, dejar de impartir y empezar a construir?