¿Era necesario el video para que se encontraran hijo y padre?
Por Eva Fontdevila
Hablar sobre la omnipresencia de las redes sociales en nuestra vida cotidiana ya es un cliché o un lugar común.
Las redes producen en muy poco tiempo y a gran escala consecuencias difíciles de medir. Y a veces tenemos los dedos más rápidos que la cabeza. O dicho de otro modo actuamos (publicamos) sin pensar.
Hace algunas semanas se viralizó un video en el que se ve a una banda de música improvisar una canción para llamar a un padre cuyo hijo estaba perdido en una plaza.
Un video de un niño perdido ayudado por un hombre que lo sentó sobre sus hombros, un montón de personas aplaudiendo y una banda de música cantando un tema para llamar al padre. Final feliz. Niño y padre se encuentran. La gente aplaude. El padre está como impresionado. El niño llora. Se abrazan. Todo es alegría, según parece.
El video nos llega por WhatsApp. Nos invade la satisfacción del encuentro pero más nos invade la sorpresa y la admiración por la creación espontánea de los músicos. También la curiosidad que más tarde se volverá meme: ¿Dónde estaba el padre? ¿Cómo se (le) perdió el hijo?
Se suceden notas periodísticas a la banda y el video se repite al infinito y más allá. Las imágenes transmiten solidaridad, empatía, compromiso...
Cuando en el grupo de WhatsApp de la familia lo mandan me da ternura pero también inquietud: ese niño hoy, mañana y pasado mañana será ese niño del video de la plaza. Todos y todas sabemos su nombre y que se perdió. Retendremos esos datos y podríamos identificarlo en esa u otra plaza. El padre también es identificable.
La reflexión que surge es si era necesario viralizar el video para que ocurriera el encuentro por que nos alegramos y sentimos alivio. La composición musical, la actitud de los/as vecinos que aplaudieron no está en discusión. Sí la exposición a la que se sometió al niño.
Múltiples memes que no sólo recrean jocosamente la escena sino que vuelven una y otra vez a usar la imagen del rostro del niño.
La dignidad, la intimidad, la voz propia, el respeto a la identidad son derechos consagrados en múltiples normas. También en las recomendaciones existentes sobre cómo difundir experiencias, historias y noticias que involucren a niños, niñas y adolescentes. Pensar antes de viralizar, para no obligar a las infancias a convertirse en meme.
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