“¡Profesor, muévase de ahí que estamos filmando!”
En Colombres, a 15 km de San Miguel de Tucumán, niños y niñas de todas las edades van a la escuela los sábados a la mañana para convertirse en escritores, guionistas, técnicos, directores y actores de historias que combinan escenarios y personajes reales e inventados en cortometrajes cinematográficos de comedia, suspenso, terror y ciencia ficción. Esto se da en el marco del programa CAI (Centros de Actividades Infantiles) que busca acompañarlos, incluirlos, hacerlos protagonistas y fortalecer sus recorridos por el sistema educativo.
Todos los sábados a la mañana, las puertas de la escuela primaria Gral. Antonio Álvarez de Arenales se abren para recibir a un grupo de niñas y niños, dispuestos a tomar ellos mismos las decisiones. Es este uno de los propósitos centrales del CAI “Escondite” -programa que funciona en la escuela de Arenales ofreciendo talleres para los niños de la escuela y todo aquel que quiera participar-.
Luego de un par de juegos para despertarse y ponerse en sintonía, y de un mate cocido con tortillas que prepara el equipo, los chicos deciden en qué taller van a participar ese día. Algunos corren a la cancha con la pelota bajo el brazo, otros se interesan por manipular equipos de filmación y sonido y hay quienes se animan a la creación de personajes y situaciones cómicas. En los últimos meses, sin embargo, se han borrado las distinciones entre grupos y estos han confluido para crear su propio centro de producciones audiovisuales. Incluso los más fanáticos del fútbol se han animado a sostener la caña del sonido o ponerse una peluca para actuar un personaje. Niños y niñas se apropiaron de la propuesta de los talleristas y empezaron a filmar cortos cinematográficos, para cuya producción ellos mismos asumen todos los roles: se imaginan la historia, piensan los personajes, hacen la técnica, actúan e incluso ponen orden cuando el ruido o algún docente despistado aparece en el cuadro mientras se filma la escena: “¡Corte, corte, sale el profe atrás!”.
Los Centros de Actividades Infantiles (CAI) forman parte de una política socioeducativa orientada a favorecer el cumplimiento pleno del derecho a la educación de todos los niños y niñas. Tienen como objetivos ampliar el universo cultural y fortalecer las trayectorias escolares de los estudiantes que requieren mayor acompañamiento pedagógico para transitar su paso por la escuela. En los CAI los chicos participan de talleres y actividades artísticas, científicas, tecnológicas, deportivas, recreativas u otras relevantes para la comunidad. Funcionan en cientos de instituciones escolares a lo largo y a lo ancho del país, sostenidos por el Estado pero también por sus maestras comunitarias, talleristas, auxiliares, padres y madres, miembros de la comunidad comprometidos con la infancia y -sobre todo- los mismos chicos, que vienen incansablemente todos los sábados, traen a sus hermanos y a sus amigos, reclaman cuando algo les aburre o cuando quieren asumir algún nuevo rol y se apropian de la propuesta.
En el CAI “Escondite” -nombre elegido por los mismos niños cuando el proyecto llegó a la escuela, hace dos años y medio- se ofrecen talleres de educación física, cine y teatro. Los intereses de los chicos de la comuna de Colombres que asisten cada sábado a nuestro CAI, además de la necesidad de integrarlos e incluirlos, nos obliga a quienes estamos a cargo del espacio a repensar y reelaborar todas las semanas el proyecto y las estrategias que trazamos hacia comienzos del año. Como equipo entendemos la importancia de atender a sus iniciativas y de hacer protagonistas a todos, no sólo a los que la educación tradicional calificaría como “buenos alumnos”. En la práctica, esto implica adaptarnos constantemente a los recursos disponibles, a tiempos de los chicos, a la llegada de nuevos participantes y las ocasionales ausencias de otros, a sus demandas y a sus ideas; pero sin alejarnos de los principios y propósitos que nos movilizan.
Una de las niñas que asiste al CAI desde sus inicios es Virginia, que tiene once años, va a cuarto grado y quiere ser actriz. Virginia tiene algunas dificultades en su “rendimiento escolar”, razón por la cual se encuentra dos o tres veces por semana con la maestra comunitaria de nuestro equipo, la señorita Marcela. Virginia va todos los sábados a la escuela y llega incluso antes que los mismos docentes. Ahí se vuelve a encontrar con la “seño Marce” quien, junto a los profes de cine y teatro, la sumerge por unas horas en el mundo de la actuación. Virginia no deja de sonreír los sábados a la mañana, y su sonrisa ilumina la escuela. Participa con gran entusiasmo, creatividad y desenvolvimiento en el taller de teatro, creando personajes de lo más delirantes con la sola ayuda de una peluca o un vestido, y es de las más eficientes a la hora de filmar una escena.
Como Virginia, los otros niños y niñas trabajan en los talleres, coordinados por parejas de maestros y talleristas, sin distinción de género ni de edades. En alguna medida, se olvidan de los grados y las notas para preocuparse por las historias que crean, los personajes que componen y los equipos tecnológicos con los que trabajan. Algunos de estos equipos (cámaras, micrófonos, computadoras) son propiedad de los docentes, que enseñan a los chicos a usarlos y confían en que no los van a descuidar. Esta confianza en los niños -que implica verlos como iguales, autónomos, capaces de asumir compromisos y de hacerse responsables de sus decisiones- no se aplica sólo para el uso de los equipos, sino para la mayoría de las actividades y tareas que se desarrollan desde que llegan, a las 9, hasta que vuelven a sus casas, cerca de las 13. Con esto, entendemos, tiene que ver el clima de participación que se respira en el CAI, que no está libre de conflictos -entre niños y también entre adultos- pero que no ve (o intenta no ver) a los problemas entre las personas como complicaciones que hace falta silenciar con un reto, sino como oportunidades de aprendizaje que se pueden resolver dialogando.
Las producciones audiovisuales
Este año, en el CAI “Escondite” hemos producido una serie de cortos y clips audiovisuales que son fruto de las ideas y del trabajo de los niños. En ellos, tratamos de poner en imágenes, sonidos y palabras lo que los chicos experimentan en la escuela, como en “Del aplazo al chancletazo”, clip musical que habla del aburrimiento frente a los enfoques didácticos tradicionales que pretenden enseñar a leer enfocándose primero en las letras, luego en las sílabas, luego en los sonidos compuestos…
A través de esos cortos, también observamos la mirada que tienen sobre los mitos del pueblo y los sucesos sobrenaturales -como en “La bruja”, corto que cuenta una historia basada en una habitación clausurada de la escuela donde hoy, según algunos chicos, vive una bruja-. Otras producciones demuestran su capacidad de imaginar y crear historias, enlazando situaciones cotidianas del pueblo con elaboraciones ficticias, mezclando comedia, suspenso, terror y ciencia ficción (como en “El King Godzilla Familiar”, corto que relata las aventuras de un misterioso monstruo -híbrido de King Kong, Godzilla y el “Perro Familiar”- que acechara el ingenio Cruz Alta hacia 1930). De esta manera, la historia y el presente del pueblo, la escuela, la plaza, el ingenio y sus chimeneas humeantes se vuelven escenario no sólo del recorrido que hacen los chicos para ir y volver a clases todos los días, sino también de las historias fantásticas, misteriosas o de suspenso que los chicos juegan a imaginar y hacer realidad.
Nuestro CAI quiere ser, en definitiva, “más escuela”, porque se suma al proyecto escolar de enseñarles e incluirlos a todas y a todos, pero transformando las prácticas educativas de la escuela para atender a la diversidad y adaptando la enseñanza a los alumnos, no los alumnos a la enseñanza. Intentamos contribuir, desde nuestro lugar y nuestros saberes, al complejo proceso de alfabetización que emprende el nivel primario. Pensamos que esta alfabetización consiste no sólo en enseñar a codificar y decodificar un código lingüístico y realizar con éxito operaciones matemáticas, ni siquiera en saber usar determinados programas en una computadora. Implica, en cambio, comprender que lo más importante no es la presencia material de la tecnología en las aulas -aunque es condición necesaria-, sino lo que enseñemos sobre sus usos, sus posibilidades y sus límites; y elaborar propuestas que combinen aprendizaje con participación y enseñen a ser y a vivir juntos, para que los niños y las niñas conformen relaciones críticas, democráticas, constructivas y creativas con los libros, con las nuevas tecnologías, con las redes y los medios, con sus pares y con el mundo.
“Del Aplazo al Chancletazo”, videoclip musical