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La potencia del teatro en la prevención de la violencia de género



La plaza del barrio Juan Pablo II se llenó de niños y niñas desde temprano. La obra “Pacha herida tierra” estaba prevista para las 19, pero una hora antes las hamacas, el tobogán, la calesita y el pasamanos no daban abasto. Los chicos y las chicas veían cómo se armaba la escenografía. Sergio Osorio y Soledad Barreto, director y guionista respectivamente, iban de un lado al otro preparando todo, y poniendo a punto el sonido.


Cuando comenzó la representación, los chicos y chicas ocupaban las primeras filas, cerquita y hasta arriba del escenario. Las mujeres del barrio, un poco más atrás, escuchaban y miraban mientras estaban atentas a hijos propios y ajenos. Cada tanto se escuchaba un shhhhhhh o un “vení para acá”, dicho entre dientes. Porque, como el mismo Osorio contó al final, “así es el teatro popular. Estamos acostumbrados a que esté lleno de niños y a que hablen o hagan ruido durante la obra”.


La relación con la Pacha mama, los símbolos valorados por los pueblos originarios, la fe y los vínculos humanos fueron temas de la obra. Barreto y Osorio encarnaron a Luisa y Julián, una pareja en conflicto. Mientras Luisa tenía expectativas en su hijo Martín, Julián quería imponerle al joven el orden mediante el trabajo y negaba su carrera como músico. El desgaste psicológico, el hostigamiento, la denigración, las frases hirientes de Julián desgastan a Luisa, que se refugia en el tejido. Pero a lo largo de la obra se advierte que el diálogo esperanzado con la pacha, mujer madre tierra llena de fortaleza a Luisa, mujer de carne y huesos que lamenta haber repetido la historia. El padre de Martín y ahora Julián, los varones del mundo machista y el hijo varón al que Luisa se representa diferente, en el deposita expectativas, en la música, en la poesía, porque Martín sí puede ser un músico en serio, no como su padre, que usaba la guitarra como excusa para la vagancia.



Al finalizar la obra, y con los aplausos aún sonando, los actores se sentaron a compartir con el público reflexiones sobre la trama. De entrada uno de los niños dijo que le había gustado, que se trataba de un hombre agresivo, que no le gustaba que amenazara a la mujer. Una señora explicó que esas situaciones son comunes en muchas casas, y que le había llamado la atención los gestos de los chicos y chicas, que pasaban de la risa a la tensión durante la obra.


Invitadas para participar del debate, Eva Fontdevila y Ángela Lo Sardo, del Observatorio de la Mujer del Ministerio de Desarrollo Social, compartieron algunos conceptos como la diversidad de formas de violencia previstas en la ley, algunas de las cuales son naturalizadas por las mujeres, como la violencia psicológica, sexual, económica y simbólica. Algunas de las espectadoras contaron que durante la representación les generaba ansiedad y expectativa el cinturón y el cuchillo que Julián manipulaba con insistencia. El aporte fue retomado como parte de la dinámica de la violencia de género y cómo muchas veces es negada hasta que se manifiesta como violencia física.


Tras la reflexión colectiva, las participantes expresaron la importancia de poder conversar sobre la temática y de la riqeza del teatro para expresar las grandes preocupaciones sociales.

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